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Adrián Ausín

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Mediohombre

Miles de ingleses se aproximan al castillo de San Felipe con el firme objetivo de culminar la conquista de Cartagena de Indias. Lo hacen con nocturnidad, bajo un terrible aguacero, enfocando una puerta lateral a la que se accede por una rampa. De repente, se abre esta puerta con sigilo y salen de ella 300 soldados españoles en calzones y camiseta blancos, descalzos, con un machete en una mano y un puñal en la otra; sin armas de fuego. Cuando se quieren dar cuenta, los ingleses empiezan a ser pasados a cuchillo sin margen de maniobra. Están empapados y con un fusil en la mano del que solo les sirve su bayoneta. El resultado es espectacular. Sobreviven del ataque apenas 30 españoles, pero dejan una montaña de 1.500 cadáveres británicos. Desde las almenas de la fortaleza española, Blas de Lezo esboza una sonrisa. Esta batalla campal ocurrida en la primavera de 1741 constituye uno solo de los mil episodios del asedio inglés con 186 barcos y más de 30.000 hombres a Cartagena de Indias, colonia española comandada por el almirante español más ilustre -y menos reconocido- de la Historia. Para su defensa, De Lezo cuenta con seis barcos y apenas 3.000 hombres. Pero a sus 52 años nunca ha perdido una batalla. Y esta tampoco va a ensuciar su hoja de servicios unos meses antes de morir “por unas calenturas”.

En su soberbia, el almirante Vernon manda acuñar monedas y medallas con la leyenda de su gesta antes de iniciarse el asedio. ‘Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741’, se puede leer en un anverso. ‘El orgullo español humillado por Vernon’, reza otro. También envía una embarcación a Inglaterra para dar cuenta de una victoria que nunca llegaría. Al verse rodeado por 186 barcos de guerra ingleses, Lezo despliega todo su ingenio para proteger la colonia española. Primero ordena colocar una gran cadena para cerrar el puerto de entrada y alinea sus seis navíos detrás para cañonear a los ingleses. Luego va replegando ordenadamente sus fuerzas. Cuando las tropas británicas desembarcan, realiza ataques nocturnos para desmoralizarlas. Cuando queda hecho añicos el castillo de San Luis, se repliega al de San Felipe. Entonces siembra su acceso principal de zanjas, infiltra a dos presuntos renegados en las filas inglesas y éstos logran ganarse su confianza llevándolos por las sendas adecuadas hasta un convento estratégico desde el que cañonear el último bastión español. Lo siguiente será guiarlos hacia aquella puerta presuntamente desprotegida, donde les aguardan 300 españoles en calzones. Van descalzos para caminar mejor ante el aguacero y las camisetas iguales tienen por objeto identificarse unos a otros para evitar el ‘fuego amigo’ (en este caso, machetazo amigo).

La estrategia de Blas de Lezo da resultado, los ingleses sufren una gran derrota y Vernon, fuera de sí, ordena un segundo ataque, con otros dos mil hombres desmoralizados, sin tiempo para descansar. Entonces Lezo lleva a efecto la segunda parte de su plan: el de las zanjas y los contrafuertes. Y se produce otra matanza de ingleses. El asedio de Cartagena es quizá la batalla más famosa protagonizada por el almirante español más brillante de nuestra historia. Pero antes, desde los 15 años, mantuvo a raya a los ingleses en todos los mares, participó en la guerra de sucesión, invadió Orán, controló el tráfico naval en todo el Mediterráneo y no registró una sola derrota. Y todo ello, aún no lo hemos dicho, sin una pierna, sin un ojo y con un brazo inerte, que le valieron los motes de Pata Palo y Medio Hombre. Perdió Lezo una pierna, de la rodilla para abajo, de un cañonazo rival, con solo 15 años. Pero se hizo un torniquete y siguió batallando. Luego llegó lo demás.

Cuando acabas de leer ‘Mediohombre’, la obra de Alber Vázquez centrada en la gesta de Cartagena de Indias, quedan muchas preguntas sin responder. ¿Por qué desde 1741, año de su muerte, hasta 2014 no ha tenido Blas de Lezo Olavarrieta una mísera escultura honrando su memoria en suelo español? Difícil encontrar una respuesta. En su localidad natal, Pasajes (Guipúzcoa), apenas le han dedicado una calle, así como en otras ciudades de la piel de toro. En 2014 llegaron los reconocimientos por partida doble y con polémica incluida. Cádiz estrenó escultura en marzo, pues la última residencia de Lezo fue el Puerto de Santa María, donde está enterrada su mujer. Y Madrid hizo lo propio en noviembre. Hace apenas nueve meses. Pero no fue una iniciativa institucional. Un grupo de simpatizantes del insigne marinero realizó un colecta y así se reunió el dinero para que la capital de España dedicara un espacio de la plaza de Colón al ilustre almirante. Sin embargo, en vez de avergonzarnos todos por casi tres siglos de olvido, sale a la palestra el Ayuntamiento de Barcelona pidiendo a Madrid que reconsidere la iniciativa. O sea, que derribe la estatua. El motivo peregrino es que Lezo figuraba en la nómina de aquella embarcación que cañoneó Barcelona en la guerra de sucesión. Él, entonces veinteañero, estaba en el bando hispano-francés, favorable a Felipe de Anjou, mientras la ciudad condal era partidaria de la tesis inglesa, es decir, de Carlos de Austria. Y los catalanes, resentiducos ellos por los siglos de los siglos, no tienen más problemas en pleno siglo XXI que acordarse ahora de aquello y reclamar el repudio público del insigne Blas de Lezo. Ay, si Mediohombre levantara la cabeza.

Inglaterra rinde homenaje a su más preciado almirante, Horatio Nelson, sin titubeos. La Columna de Nelson preside Trafalgar Square desde 1843. La plaza recuerda la batalla que le dio gloria contra aquel triste combinado franco-español, pero que curiosamente le trajo la muerte a Nelson merced a una bala perdida. Con Blas de Lezo al frente de la flota española quizá no hubiera habido Armada Invencible vencida (1588), ni aquel caótico Trafalgar (1805). Los ingleses tendrían menos de qué presumir en contiendas navales y Mediohombre, aun siendo rival, podría incluso haber tenido antes una plaza en Gran Bretaña que en España. Qué pena de mediopaís donde aún pasamos vergüenza hasta por nuestra bandera.

 

Las ‘mutilaciones’ de Blas de Lezo en la guerra de sucesión:
1704: frente a Vélez-Málaga: cañonazo en la pierna izquierda bajo la rodilla. Tenía 15 años.
1706: asedio de Tolón, Francia: esquirla de otro cañonazo en el ojo izquierdo. Tenía 17 años.
1714: asedio de Barcelona: balazo de mosquete en el antebrazo derecho. Tenía 25 años.
Así vivió desde los 25 hasta los 52: sin media pierna, sin un ojo y con un brazo inerte.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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