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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

TODA UNA VIDA

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            El pasado fin de semana, el Servicio de Salud del Principado de Asturias homenajeó al personal que se jubiló durante el año 2014. Hubo cóctel, hubo homenaje, hubo discursos. Hubo mucha gente que se conocía y hacía años que no se veía, y se vieron el día postrero, el de no volver más, porque ya no hacía falta. Porque se habían ganado el derecho a descansar.

            Allí en el nuevo HUCA, un edificio que algunos no llegaron a conocer, se reunieron para decirse adiós. Desde el Gobierno del Principado de Asturias les agradecieron los servicios prestados, les dieron un diploma y, sobre todo – y es una gran detalle, la verdad – una placa que indica “personal sanitario jubilado” para que, cuando vayan a un centro sanitario, los que ocuparán sus puestos puedan reconocerles y sepan que antes estaban ellos. La amabilidad o no de la atención futura ya no depende de la placa, sino de las nuevas generaciones de sanitarios.

            Ellos y ellas son otra generación. Una raza que quizá nunca se repita. Se jubilan con 65 y 66 y con una media de cotización de 40 años efectivos a la Seguridad Social. Se dice pronto. Comenzaron recién llegados a la veintena y fueron, durante cuatro décadas, las caras de quienes nos curaron. Celadores, auxiliares, enfermeras, médicos, cirujanos …. Fueron todo lo que nos encontramos con una bata blanca desde que tenemos memoria o incluso antes de que naciéramos.

            Unos empezaron en Arriondas, en Gijón, en Mieres, y luego se fueron a Avilés, a Tapia, a Llanes. Unos viajaron toda su vida para trabajar y otros acabaron en el centro de salud de su barrio. Y así, mientras mandaba Franco, cuando llegó la democracia, cuando la democracia cambió y ahora que parece que la democracia ya no nos vale. Comenzaron escribiendo recetas a mano, y poniendo su nombre al pie, y luego tuvieron sellos personales y tampones, y finalmente, firma electrónica. Comenzaron limpiando con bayetas y luego llegaron las fregonas, para pasar a aparatos industriales que abrillantaban e higienizaban los quirófanos en segundos.

            Por ellos pasaron las máquinas de escribir, llegó el ordenador e internet. Se perdían expedientes, pero nunca se olvidaban los nombres. Muchos pacientes eran conocidos por sus médicos, sus enfermeras, e incluso los celadores llevaban medicación a casa a quien no podía llegar al ambulatorio.

            Conocieron una profesión sin sindicatos y se hicieron valer sus derechos a base de esfuerzos de años. Nunca fueron subvencionados. Simplemente funcionarios, personal estatutario o temporales, que acabaron dando todo su tiempo a la sanidad y la salud de los demás.

            El pasado fin de semana, los que se fueron en 2015, abuelos que se han ganado el derecho a descansar, se saludaron por última vez. Se abrazaron y se despidieron. Ahora comienza su momento. Y agradecieron las palabras que les dirigieron. Se las creyera o no quien las leía, ellos estaban orgullosos de lo que habían hecho.

 

Lo sé porque una de ellas era mi madre. Una de esas de la generación que invirtió media vida en la salud de otros, y lo hizo a gusto. Con el diploma y el agradecimiento del viernes, se dieron por bien pagados.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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