El polideportivo, preparado para pasar la noche con los efectivos de Cruz Roja en la entrada.

La marcha del carbón dormirá esta noche bajo un elevado techo. Se trata de una suerte de hangar, facilitado por Cimanes de la Vega, una localidad que pertenece a la comarca de Esla-Campos, en León, y que en conjunto, no suma más de 600 habitantes. Con el sol de mediodía cayendo a plomo, era imposible toparse con ninguno de ellos. Sólo los vehículos de apoyo de los sindicatos, los integrantes de la marcha, y la Guardia Civil, se movían por las calles desiertas, arenosas y resecas del pueblo. Dentro del hangar que esta noche será su hotel, el runrún de los mineros descargando sacos y esterillas se mezclaba con el zumbido de las cigarras, que han sustituido a las gaitas como banda sonora de bienvenida. Pero hasta en el páramo hay oasis: la piscina municipal se puso a su disposición. Detrás quedaba una etapa relativamente corta, tras alargar la del día anterior casi seis kilómetros. Era el momento de hacer balance de la primera semana de marcha negra. Shaila Andrés descansa apoyando casi todo su peso en el pie bueno. En el izquierdo, la picadura de un presunto insecto, “te digo bicho, pero no saben qué me picó”, explica,  le ha supuesto ver como su tobillo se hinchaba hasta doblar su tamaño. Ahora, una venda sobre el pie tatuado la ayuda a recuperarse pronto. “A Madrid hay que llegar, eso, fijo”, sentencia. ¿Por qué? Iván Álvarez lo tiene claro: “Porque se están riendo de nosotros”. A lo que su compañero Jorge García responde con un mensaje para todo el grupo: “Mucha fuerza para los compañeros y a seguir luchando”. La idea de que la llegada a Madrid va a ser el comienzo de nuevas acciones en la capital flota en Cimanes de la Vega de manera persistente.